Por Jesús Delgado Guerrero
En fechas recientes el magnate Carlos Slim salió a decir que los estudios sobre la concentración de la riqueza “son una estupidez”. Con ello intentó defenderse de los privilegios que lo han colocado en la cúspide de esa concentración, pues justo el estudio al que se refirió en forma despectiva, elaborado por la organización Oxfam, habla del “El monopolio de la desigualdad, cómo la concentración del poder corporativo lleva a un México más desigual”, en el cual Slim es casi el personaje central.
En una parte del documento, los investigadores de Oxfam llegaron a donde tenían que llegar: “en particular, Carlos Slim es hoy el hombre más rico de la región, con una fortuna mayor que los otros 13 ultrarricos mexicanos juntos. La fortuna conjunta de Carlos Slim y Germán Larrea creció en 70 por ciento durante los últimos cuatro años, hasta representar casi seis de cada 100 pesos de la riqueza privada en el país, cifra equivalente a la riqueza de la mitad de la población más pobre de América Latina y el Caribe —unas 334 millones de personas”.
El crecimiento es escandaloso, pero los resortes son peores todavía, según la lapidaria conclusión de los investigadores de Oxfam: “Esta excesiva concentración del poder económico guarda una estrecha relación con el poder político: los ultrarricos en México lo son, sobre todo, por décadas de gobiernos que han renunciado a regular su acumulación de poder e influencia”, y destacó la necesidad de revitalizar el papel del Estado en la economía y combatir la evasión fiscal de las grandes fortunas por porque, al final, “la economía es política”.
En efecto, ya casi nadie recuerda, o no quiere recordar, cómo Slim, casabolsero y especulador, se hizo de Telmex (pagando las acciones a menor precio de su valor real y, en el colmo, en abonos y con las mismas utilidades de la empresa), y cómo desde esa ex paraestatal (la única que generaba ganancias al gobierno) monopolizó el servicio y cobró tarifas descaradamente abusivas (sobre todo de larga distancia, que se incrementaron 360 por ciento), según las denuncias que formularon en su momento varios dirigentes políticos de izquierda, entre ellos Cuauhtémoc Cárdenas.
No conforme con ello, Slim no pagó impuestos por espacio de cinco años (más de 7 mil millones de dólares) y, en fin, que un gobierno neoliberal le puso en bandeja de plata una paraestatal que lo llevó prácticamente al Olimpo económico, aunque el ingeniero siempre se ha justificado con el mendaz “echeleganismo” (falsa meritocracia) y esa doctrina nociva de cuentos de hadas en la que no pagar impuestos supuestamente permite generar más riqueza y distribuirla mejor.
Fue tal el privilegio del que gozó por parte del gobierno, y el agandalle en que incurrió, que hasta uno de sus antiguos compañeros especuladores y casabolseros (Roberto Hernández, específicamente), de Avantel, pidió la revocación de la concesión por “arbitrariedades y “cobros exagerados” de Slim (por el uso de infraestructura de servicios de larga distancia).
Francisco Gil Díaz, entonces empleado de Hernández y a la postre Secretario de Hacienda con Vicente Fox Quesada, llevó la amarga queja de su patrón contra Slim:
“Los monopolios siempre perjudican a la competencia; no se trata de un asunto personal”, dijo, y después de los obligados elogios a Slim (“es un hombre brillante, sagaz, capaz para los números, espíritu empresarial, etc.,) llegó el descontón: dijo que Slim y Jaime Chico Pardo (entonces director de Telmex) “están, dadas las reglas del juego, aprovechando las cosas lo mejor que pueden. Lo que nosotros exigimos es que modifiquen las reglas del juego, por el amor de Dios” (todo lo anteriormente señalado lo expuso el bien recordado periodista y escritor José Martínez en su libro: Carlos Slim, retrato inédito, editorial Oceáno).
No en los anteriores términos ni en forma detallada, pero a eso es a lo que se refirió Oxfam cuando afirmó que “Esta excesiva concentración del poder económico guarda una estrecha relación con el poder político: los ultrarricos en México lo son, sobre todo, por décadas de gobiernos que han renunciado a regular su acumulación de poder e influencia”.
Y eso es a lo que Slim llamó “estupidez” y, ya encarrerado tras repartir diplomas de estupidez, hasta se atrevió a retar: es una estupidez y cuando quieran lo discutimos.
Pues bien, al parecer el ingeniero va a tener oportunidad de hacerlo no sólo con los investigadores de Oxfam (concediendo que no se trató de una baladronada del magnate pues para eso ya se dijo más que puesto el prestigioso economista Carlos Brown, representante de esa organización), sino con otros actores de la vida pública:
Resulta que en el largo catálogo de promesas (esto hay que remarcarlo, son promesas), denominado “100 pasos para la transformación”, Claudia Sheimbaum, candidata presidencial de Morena y sus aliados (PVEM, PT), ofreció retomar la ”estupidez” de la desigualdad investigada por Oxfam:
“Para la 4T debe evaluarse una conclusión contundente de OXFAM avalada por sus estudios sobre el tema», sostuvo, porque, agregó, «la desigualdad social extrema, como la mexicana, es simplemente incompatible con la democracia”.
Previamente, en el documento de Sheimbaum se mencionó, además de la concentración de la riqueza por parte de 14 personas (datos del estudio de Oxfam), que “la austeridad del aparato de gobierno y el cobro de impuestos no pagados por las grandes contribuyentes ya llegó a su límite y no se puede eludir el tema de una reforma fiscal”.
Y expuso el punto que tendría que ser centro de un gran debate para comenzar a modificar la situación pues es obvio, como está en el texto de la candidata morenista, que «no son las leyes del mercado las que han llevado a tal concentración de la riqueza sino “un sistema legal y tributario hecho a modo” lo que ha propiciado la extrema concentración de la riqueza y la perpetuación de la pobreza en países como el nuestro”.
(continuará).